Mi alma en las noches sin luna se vuelve voraz, insaciable, capaz de hurgar en los rincones más prohibidos de un fuego tan profundo que quemaría al fuego mismo. Ardiendo en secretos que se parecen a las llamas de un infierno que se siente como casa. Infierno que es deseo incontenible contenido en una carne que es el cuerpo de mi alma, y por eso, es casa.
Y la oscuridad indiscreta alumbra el fuego que consume mi pecho con el que yo, a su vez, lo consumo. Inconmensurablemente espero el sol de la mañana para calmar el fuego y así sumirme en sueños descabellados que en la tarde recordaré en mi mente como películas que se viven en la cama, que pasan en mi cuerpo que es mi casa.
¿Qué más hace falta para oír la luz sino abrir el alma?
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