miércoles, 23 de septiembre de 2020

Modo privado off

A veces quiero tanto, que termino no queriendo nada. De tanto tantísimo, me saturo de deseo y me rebelo contra el mismo, como si eso fuese a calmar mi fuego. Pero no calma nada, en tal caso, me vuelvo hielo que quema tanto como el fuego. ¿Y de qué me sirve la desmedida?  De nada. Y todo es nada, y nada es todo en espiral infinito, y yo soy entre las vueltas que me marean el alma que arde fuego o arde hielo. Mas tampoco soy regla ni balanza como para saber lo justo. Después me río, porque me parece absurdo pensar que hay una medida justa. Me río de todo, me río de nada por lo absurdo. Me río porque ya me lloré todas las lágrimas que le correspondían a septiembre, y no es cuestión de robarle lágrimas a octubre (una nunca sabe si las va a necesitar todas). Me río porque la risa me hace las veces de matafuegos. Me río porque así me amigo conmigo y me salvo de una posible destrucción sin sentido. Me río de lo que escribo y me río de lo que me digo y le diría a unas pocas personas que cuento con menos de los dedos que tengo en una mano (y, por suerte, cada una de mis manos tiene sólo cinco dedos). Y la risa hace que todo sea tan leve que me hago pluma que se eleva en amor a nubes que bien podrían ser algodón de azúcar rosa. Y ahí no hay quemaduras, no hay fuego ni hielo, hay placer y cosquillas tan suaves como caricias del sol calmo anterior al ocaso.