Se mueve el cielo
bajo mis pies
y yo danzo al ritmo
de la tierra yerma
que resultaste ser.
Me prometiste vida,
yo sabía muerte.
Pero no era vida,
era aniquilación,
tan dulce,
que la engullí gustosa.
No hay razón
que justifique
tal suicidio cardíaco.
Mas tampoco hay castigo,
pues no traicioné
mi atributo más puro.
Reposo en las cenizas
que me dan alas
hacia un suelo
lo suficientemente existente
para sostener la construcción
de los palacios
que ya ha diseñado
mi alma.